jueves, noviembre 23, 2006

Proyecto de Vida



Me prometo escupir relámpagos
cuando se me ocurra un poema.
Me prometo frescos paraísos
por no ganar premios literarios.
Me prometo crueles castigos,
por ejemplo: un día nublado
si vuelvo a participar en un festival de poesía.
Me prometo un ojo tuerto una mano manca
si reincido en postgrados y congresos.

Me prometo un feroz monólogo nocturno
si vuelvo: a declarar en la épica de la embriaguez
o a dirigirle la palabra a un poeta.
Rescatado de rosa y de la musa
haré esfuerzos en oficios más elevados y rentables
y tomaré lecciones sobre técnicas de herrerías
en equinos e inseminación artificial en vacas de doble propósito.

Aprenderé el secreto para curar
gusaneras en invierno.
Perfeccionaré mi talento de espolador de gallos de pelea.
Probaré a escribir canciones románticas
canciones folclóricas.

Para conjurar dogmatismos y durezas
dejo abierta algunas excepciones académicas:
podría considerar estudios de Mántica y Parapsicología.
Cursos por correspondencia de sanación
y por supuesto aprenderé hipnosis (u otra bazofia).
Mi automóvil será un Land Cruiser 4 W. D.
Carrocería de estacas
Mimbrada altiva, segura, biónica
Y mi madre será feliz con un hijo de éxito.

jueves, julio 27, 2006

Casanova. (Memorias 1750-1752): La mujer que dejé pasar.


A los 11 años tradujo un difícil pentámetro latino y a los 15 redactó una tesis de Derecho Civil y otra de Derecho Canónico. Y más adelante, entre coito y coito, escribe una historia sobre la violencia en Polonia, coquetea con la novela fantástica en Icosamerón y traduce la Ilíada. Se dice que cuando estuvo preso en Barcelona escribió de memoria una larga historia de Venecia, ciudad donde nació en 1725. Sus padres fueron comediantes pero él los superó en el escenario de la vida real. El abate Gozzi lo educa, recibe las órdenes menores y es protegido del senador Malipiero. Sus hazañas comienzan a hacerse públicas cuando a los 17 años seduce a dos hermanas al mismo tiempo. Es difícil encontrar en el siglo XVIII a un personaje que haya recorrido toda Europa, de extremo a extremo y en reiteradas ocasiones, bien por citas de amor, por enredos políticos o por simple manía ambulatoria. Unas veces lo encontramos en la alcoba de una duquesa, a los tres días preso en una cárcel prusiana y dos semanas más tarde practicando las ciencias ocultas en París. De alguna forma, Casanova es la caricatura de Fausto: cree saberlo todo y ama no a una sino a todas las mujeres del mundo. Ningún espécimen del sexo femenino se le escapa: aristócratas, campesinas, criadas, adúlteras, vírgenes, una legión de actrices y hasta la presumida nieta de un Papa retoza con él. En cambio, detesta a "las mujeres de mundo". Se justifica: "He sido toda mi vida una víctima de mis sentidos". Escribe para combatir el hastío -confiesa- y no para decir la verdad. Demostró -o quiso demostrar- que "el hombre voluptuoso que razona es el único que puede ser feliz". Muere como bibliotecario del conde Waldstein en su castillo de Dux en 1798. Toda su vida reivindicó una sola cosa: su profesión de "aventurero".

LA HIJA MENOR DE LA SEÑORA QUINSON SOLÍA ENTRAR a menudo en mi habitación sin haber sido llamada. Como comprendí que me amaba, habría sido ridículo que me mostrara cruel con ella, sobre todo porque no le faltaban méritos: poseía una voz agradable, leía todas las publicaciones de moda y hablaba de cualquier cosa, a tuertas o a derechas, con visible ánimo de agradar. Tenía además la balsámica edad de quince años.Durante los cuatro o cinco primeros meses no hubo entre ella y yo más que niñerías. Pero cierta noche que regresé muy tarde la hallé dormida en mi lecho. Picado por la curiosidad de ver si se despertaba por sí sola, me desvestí y me acosté; lo demás no hace falta decirlo. Al rayar el alba, bajó para ir a su lecho. Se llamaba Mimí. Dos o tres horas más tarde, el azar dispuso que una modista viniera con una joven para invitarme a almorzar. La joven era bella pero como yo había trabajado mucho con Mimí, al cabo de una hora de charla les pedí que se marcharan. Cuando dejaban mi habitación hete aquí que la señora Quinson aparece con Mimí para tender mi cama. Me pongo a escribir y la oigo exclamar:-¡Ah, las desvergonzadas!-¿A quién os referís, señora?-No hay ningún enigma. Mirad estas sábanas.-Lo lamento, disculpad; no digáis nada, y cambiadlas.Jamás tendría la cobardía de negar mis caricias a una muchacha que me agrade y que venga a buscarlas a mi propia habitación.-¿Qué no diga nada? ¡Que vuelvan si se atreven!Baja en busca de otras sábanas; Mimí se queda. Le reprocho su imprudencia. Ríe y me dice que el cielo protegía la inocencia de lo ocurrido. Desde ese día, Mimí no se preocupó más; venía a acostarse conmigo cada vez que se le antojaba; y yo, sin preocuparme, la despedía cuando no tenía ganas; nuestra sencilla relación era de las más tranquilas. Al cabo de cuatro meses de nuestra unión, Mimí me comunicó que estaba embarazada. Le repuse que no sabía qué hacer.-Hay que pensar algo.-Piénsalo.-¿Qué quieres que piense? Sucederá lo que deba suceder. La mejor solución es no pensar en nada.Al quinto o sexto mes, el vientre de Mimí puso a la madre al tanto de lo ocurrido. La señora Quinson tomó a su hija por los cabellos, la aporreó, la obligó a confesar y exigió el nombre del causante de aquel entuerto; y Mimí le dijo, acaso sin mentir, que había sido yo.La señora Quinson sube las escaleras, y entra en mi habitación, furiosa. Se echa en un sillón, recobra el aliento, alivia su cólera injuriándome y acaba por decirme que debía disponerme para desposar a su hija. Ante esa intimación comprendo de qué se trata, y le contesto que estoy casado en Italia.-¿Y por qué, entonces, le habéis hecho un hijo a mi hija?-Os aseguro que no he tenido esa intención; por otra parte, ¿quién os ha dicho que fui yo?-Ella, señor; ella misma: está segura.-La felicito por ello. Pero estoy dispuesto a jurar que yo no estoy seguro.-¿Y entonces qué?-Entonces, nada. Si está embarazada, dará a luz.Desciende profiriendo amenazas; desde mi ventana la veo subir a un coche de alquiler. Al día siguiente me cita el comisario del barrio. Acudo a verlo y me topo con la señora Quinson armada para la batalla. El comisario, luego de haberme preguntado mi nombre, cuánto tiempo llevaba en París, y muchas otras cosas, y de haber escrito todas mis respuestas, me pregunta si reconocía haber inferido el agravio del que se me acusaba a la hija de la dama allí presente.-Tened a bien, señor comisario, anotar palabra por palabra mi respuesta.-Así será.Era joven, bien nacida, bien educada, bella, intacta y deseable comoninguna.-No he inferido agravio alguno a Mimí, hija de la aquí presente señora Quinson. Apelo al testimonio de la propia Mimí, quien me ha tratado siempre con la misma amistad que yo la he tratado a ella.-Ella dice que vos la habéis embarazado.-Es posible, pero no seguro.-Ella dice que es seguro, puesto que no ha conocido más hombre que vos.-Si es así, lo siento por ella, porque un hombre no puede creer con esa certeza más que a su legítima esposa.-¿Qué le habéis dado para seducirla?-Nada, pues ella me sedujo a mí. Y a ambos nos pareció bien.-¿Era doncella?La joven Vesian no había dado nuncael mal paso, pero no se hacía laremilgada diciéndome que no lodaría por todo el oro del mundo.-Eso no me interesó antes ni después, de modo que nada sé.-Su madre reclama de vos una satisfacción, y la ley os condena.-No tengo ninguna satisfacción que darle; en cuanto a la ley, me someteré a ella de buen grado apenas la haya conocido y tenga la certeza de haberla violado.-La certeza ya la tenéis. ¿Consideráis que un hombre que hace un hijo a una muchacha honesta en una casa donde se lo recibe como huésped no viola las leyes de la sociedad?-Lo concedo si la madre es engañada; pero sí envía a su hija a mi habitación, ¿no debo considerarla dispuesta a soportar todas las consecuencias de la conversación?-Os la enviaba sólo para que os sirviera.-Me ha servido, como yo la serví en sus humanas necesidades. Y si me la enviara esta noche, yo volvería quizá a hacer lo mismo si Mimí consintiera, y jamás por la fuerza ni fuera de mi habitación, cuyo alquiler he pagado siempre puntualmente.-Decid todo lo que queráis, pero pagaréis la multa.-No pagaré nada. No puede haber ninguna multa que pagar, puesto que ningún derecho ha sido violado, y si me condenan, apelaré hasta el último recurso y hasta que la equidad me dé la razón, puesto que sé que, tal como soy, jamás tendría la cobardía de negar mis caricias a una muchacha que me agrade y que venga a buscarlas a mi propia habitación, especialmente cuando tengo la seguridad de que viene con el consentimiento de su madre.Esta fue, palabra más, palabra menos, La declaración que leí y firmé, y que el comisario entregó al teniente de policía, quien accedió a escucharme y, luego de examinar a madre e hija, me absolvió y condenó a la imprudente madre a pagar los gastos del proceso. No me negué, sin embargo, a los ruegos de Mimí para que liberara a su madre de los gastos del parto. Tuvo un varón, al que deposité en el Hotel-Dieu para beneficio de la nación. Mimí, después, se fugó del hogar materno para actuar con Monnet en la ópera cómica de la feria de Saint-Laurent. Nadie la conocía allí y no le costó trabajo hallar un enamorado que la tomara por doncella. Me encantó volver a verla en el teatro de la feria. La encontré muy bella.-No sabía -le dije-, que conocías música.-Lo mismo que mis compañeras. Las muchachas de la Ópera de París no saben una nota, y sin embargo, cantan igual. Sólo se trata de tener buena voz.Rogué a Mimí que invitara a cenar a Patu, quien la halló seductora. Pero después cometió un error. Se enamoró de un violinista llamado Bérard, que la despojó de todo cuanto tenía, y la perdí de vista.Los comediantes italianos obtuvieron por entonces permiso para representar en su teatro parodias de óperas y tragedias. Conocí a la célebre Chantilly, que había sido amante del mariscal de Saxe, y a la que llamaban Favart, pues el poeta Favart había sido su esposo. Cantaba, en la parodia de Tetis y Peleas, del señor de Fontenelle, el papel de Tonton con un extraordinario éxito. Con su gracia y su talento enamoró a un hombre de muchísimo mérito y al que toda Francia conoce por sus obras. Se trata del abad de Voisenon, con quien trabé una amistad tan íntima como la que había hecho con Crébillon. Todas las obras de teatro que pasaban por ser de la señora Favart y que llevan su nombre pertenecen a ese célebre abad, que fue elegido miembro de la Academia después de mi partida. Lo conocí, lo traté y me honró con su amistad. Fui yo quien le dio la idea de componer oratorios en verso, los que fueron cantados por primera vez en el concierto espiritual de las Tullerías durante los pocos días del año en que la religión prescribe que los teatros estén cerrados. Este abad, secreto autor de varias comedias, poseía una salud bastante frágil, comparable con su figura: era todo ingenio y gentileza, famoso por sus agudezas, que eran certeras, pero que jamás herían a nadie. No podía tener enemigos, porque su crítica rozaba a flor de piel, y no escocía.-El rey está de mal humor -me dijo un día, volviendo de Versalles- porque debe acudir mañana al Parlamento para tener un lit de justice.-¿Por qué se le llama lit de justice?-No sé. Tal vez porque la justicia duerme en él.En Praga encontré el vivo retrato de este abad en la persona del conde Franz Hartung, actualmente ministro plenipotenciario del emperador en la corte electoral de Sajonia. Este abad me presentó al señor de Fontenelle, quien tenía por entonces noventa y tres años, y no sólo era un hombre ameno, sino además un físico erudito, famoso también por sus agudezas de las que se podría publicar una antología. Era incapaz de hacer un cumplido sin animarlo con una gracia. Le dije que venía de Italia expresamente para visitarlo. Captó al instante el énfasis que yo había puesto en la palabra expresamente y replicó.-Confesad que os habéis hecho esperar.Respuesta amable, pero al mismo tiempo crítica, ya que descubría la mentira de mi cumplido. Me regaló sus obras. Me preguntó si había gustado de los espectáculos franceses. Le dije que había visto en la Ópera Tetis y Pelas; esa obra era de él, pero cuando se la elogié, me respondió con una gracia.-El viernes -le dije-, vi Atalia en el teatro francés.-Es la obra maestra de Racine, señor, y Voltaire se equivocó al acusarme por haberla criticado atribuyéndome un epigrama cuyo autor nadie conoce y cuyos dos últimos versos son muy malos:Para que sea peor que Esther¿Cómo diablos pude hacer?Me han contado que el señor de Fontenelle había sido el tierno amigo de la señora de Tencin, y que el señor d'Alembert era el fruto de su intimidad. Le Rond era el nombre de su padre adoptivo. Conocí a d'Alembert en casa de la señora de Graffigni. Gran filósofo, poseía en grado sumo el secreto de no parecer jamás erudito cuando se encontraba en compañía agradable de gente que no profesaba las ciencias. Poseía además el arte de infundir inteligencia a todos los que dialogaban con él.La segunda vez que regresé a París, huyendo de la prisión, me regocijaba pensando que volvería a ver a Fontenelle, pero murió quince días después de mi llegada, a comienzos del año 1757.La tercera vez que regresé a París, con la firme intención de permanecer allí hasta mi muerte, contaba con la amistad del señor d'Alembert; murió quince días después de mi llegada, a fines del año 1783. No volveré jamás a París ni a Francia: me preocupan demasiado las ejecuciones de ese pueblo desenfrenado.El conde de Loss, embajador del rey de Polonia elector de Sajonia en París, me ordenó en el año 1751 que tradujera al italiano una ópera francesa que permitiera grandes mutaciones de escena y bailes vinculados con su argumento. Elegí Zoroastro del señor de Cahusac. Tuve que adaptar las palabras italianas a la música francesa de los coros. La música seguía siendo bella, pero la poesía italiana no brillaba. Ello no obstante, recibí del generoso monarca una hermosa tabaquera de oro y di una gran satisfacción a mi madre.Por aquel tiempo, la señorita Vesian llegó a París con su hermano. Era joven, bien nacida, bien educada, bella, intacta y deseable como ninguna. Su padre, que había servido en las milicias francesas, había muerto en Parma, su patria. Su hija, huérfana y sin recursos, siguió el consejo que alguien le dio de vender todo y marchó a Versalles para apelar a la piedad del Ministro de Guerra y obtener algo. Cumplido el trámite, ordenó a un cochero de plaza que la condujera a una habitación amueblada cerca del Teatro Italiano, y el cochero la condujo al Hotel de Borgoña, en la calle Mauconseil, donde yo me alojaba.Cierto día me dicen que en la habitación interior de mi mismo piso, acababan de alojarse dos jóvenes italianos, recién llegados, hermano y hermana, muy agradables, pero sin más equipaje que el que podía caber en una maleta de mano. Italianos, agradables, pobres, recién llegados y vecinos míos: cinco motivos para ir en persona y saber qué sucedía. Golpeo, vuelvo a golpear, y he aquí que me abre la puerta un muchacho en camisa de dormir y que me pide disculpas por su indumentaria.-Soy yo quien os las solicita. Vengo en calidad de italiano y de vecino a ofreceros mis servicios.Veo un colchón en el suelo en el que, como hermano, había dormido el muchacho, y un lecho cerrado por cortinas en el que me imagino que debía estar su hermana. Le digo sin verla que si hubiera imaginado que a las nueve de la mañana estaba todavía en el lecho no habría osado llamar a la puerta. Sin dejarse ver me responde que había dormido más de lo que de costumbre porque se había acostado fatigada por el viaje y que va a levantarse si le concedía tiempo para ello.-Retorno a mi habitación, señorita, y vos tendréis la bondad de llamarme cuando estiméis que estáis visible: soy vuestro vecino.Un cuarto de hora más tarde, en lugar de mandarme llamar, se presenta personalmente y, con una bella reverencia, me declara que ha venido a visitarme, y que su hermano llegará tan pronto esté listo. Se lo agradezco y le ruego que se siente. Le manifiesto en primer lugar y con toda la sinceridad el interés que ella me inspira. Está encantada y no esperó muchas preguntas para narrarme toda la breve y simple historia que acabo de contar: la concluye diciéndome que debía pensar en hallar ese mismo día un alojamiento no tan caro, porque sólo le quedan seis francos y nada tiene para vender. Debía pagar por anticipado un mes de alquiler del cuarto que ocupaba. Le pregunto si tiene cartas de recomendación y saca del bolsillo un paquete donde veo en un momento siete u ocho certificados de servicios de su padre, partidas de bautismos de él, de ella y de su hermano, certificados de defunción, certificados de buenas costumbres, de pobreza, pasaportes, y nada más.-Me presentaré -dijo- con mi hermano al Ministro de Guerra, y espero que se apiadará de nosotros.-¿No conocéis a nadie?-A nadie. En Francia sois el primer hombre al que le he contado mi historia.-Somos compatriotas. Vuestra situación y vuestro rostro son suficientes recomendaciones para mí; deseo ser vuestro consejero, si me le permitís. Dadme vuestros papeles y dejad que haga mis averiguaciones. No digáis a nadie que estáis en la miseria y no abandonéis este hotel; he aquí dos luises en préstamo.Los aceptó llena de reconocimiento.La señorita Vesian era una morena de dieciséis años muy interesantes sin ser una belleza perfecta. Hablaba bien francés y me contó sus tristes asuntos sin bajeza, y sin ese aire de timidez que parece provenir del temor a que la persona que escucha piense en aprovecharse de la desdicha que se le confía. Tenía un aire ni humilde ni arrogante; no le faltaban las ilusiones y no se vanagloriaba de su coraje: con gesto noble y sin asomos de querer aparentar celo virtuoso, temía sin embargo algo que descorazonaría a cualquier libertino: prueba de ello es que sus ojos, su bella figura, su pureza, su frescura, el color de su piel, su naturalidad, todo me tentaba, y a pesar de ello desde el primer instante cautivó mi sentimiento, y no sólo no intenté nada con ella, sino que me prometí no ser el primero que la arrastrara al mal camino. Dejé para otra oportunidad un discurso tendiente a sondearla sobre el tema, y a hacerme abrazar quizás otro sistema. En ese primer momento no le dije sino que había llegado a una ciudad donde su destino debía jugarse y en la que todas sus cualidades, que parecían dones de la naturaleza destinados a favorecer su fortuna, podían ser la causa de su pérdida irreparable.-Habéis llegado -le dije- a una ciudad donde los hombres ricos desprecian a las jóvenes libertinas, excepto a aquellas que les han sacrificado su virtud. Si la poseéis y estáis decidida a conservarla, preparaos a padecer miseria, y si os consideráis por encima de los prejuicios y estáis dispuesta a consentirlo todo para lograr una posición desahogada tratad por lo menos de no dejaros engañar. No confiéis jamás en las doradas palabras que un hombre lleno de ardor os diga para conseguir vuestros favores, creedle cuando los hechos hayan precedido a las palabras, porque después del gozo el fuego se extingue y os hallaréis engañada. Guardaos también de suponer sentimientos desinteresados en aquellos que manifiesten sorpresa ante vuestros encantos: os darán moneda falsa en abundancia para forzaros a entregarles la legítima. No seáis fácil. En lo que a mí respecta, estoy seguro de que no os haré mal y espero haceros bien. Y para aseguraros de que os trataré como a una hermana, pues soy muy joven todavía para trataros como padre, sabed que no os hablaría así si no me pareciérais encantadora.Su hermano entró en ese instante y pude ver a un agradable muchacho de dieciocho años, muy bien proporcionado, pero sin ningún tono, de pocas palabras e inexpresiva fisonomía. Desayunamos y cuando traté de que él mismo me enterara del rumbo que pensaba emprender me dijo que se sentía dispuesto a todos los esfuerzos para ganarse la vida honradamente.-¿Tenéis alguna habilidad en especial?-Escribo bastante bien.-Ya es algo. Cuidaos, si salís, de todo el mundo; no vayáis a ningún café; en los paseos no habléis con nadie. Comed siempre aquí, con vuestra hermana, y haced que os preparen un pequeño estudio en el cuarto piso. Escribid hoy algo en francés y dádmelo mañana por la mañana, y aguardad. En cuanto a vos, señorita, aquí tenéis libros: elegid. Tengo vuestros documentos; mañana os daré alguna noticia, pues hoy regresaré muy tarde.Ella tomó algunos libros y, con actitud muy digna, se marchó luego de haberme dicho que confiaba plenamente en mí.Resuelto a ser útil a esa muchacha, hablé de su problema en todos los sitios a los que fui ese día, y en todas partes hombres y mujeres me dijeron que si era bella no le faltaría algo de suerte y que siempre le sería útil insistir en su petición; en cuanto al muchacho, me aseguraron que si sabía escribir sería posible colocarlo en alguna oficina. Había pensado en encontrar a alguna mujer como la gente para recomendársela al señor d'Argenson y presentársela. Era el verdadero camino, y hasta tanto lo encontrara me sentí con fuerza para apoyarla, de modo que rogué a Silvia que hablara de ello a la señora de Monconseil, quien ejercía mucha influencia en el Ministro de Guerra. Ella me lo prometió y me manifestó su deseo de conocer antes a la muchacha.Regresé a casa a las once de la noche y al ver luz en la habitación de la señorita Vesian llamé a la puerta. Ella me abrió y me dijo que no se había acostado pues confiaba en verme. La puse al tanto de lo que había hecho por ella y la hallé dispuesta a todo y plena de agradecimiento. Hablaba de su situación con aire de noble indiferencia al que apelaba para evitar las lágrimas, las que se empeñaba en contener. Pero vi sus ojos, que ante la inminencia de las lágrimas se tornaban aún más brillantes, y no pude evitar un suspiro, del que me arrepentí inmediatamente. Nuestras explicaciones nos ocupaban desde hacía dos horas. La explicación decentemente conducida por la conversación me hizo saber que todavía no había amado a nadie y que por consiguiente era digna de un amante que la recompensara como correspondía si ella le sacrificaba su virtud. Era ridículo pretender que la recompensa fuera el matrimonio; la joven Vesian no había dado nunca el mal paso, pero no se hacía la remilgada diciéndome que no lo daría por todo el oro del mundo. Su única aspiración era no entregarse ni por capricho ni por poca cosa.Yo suspiraba al escuchar sus sensatas palabras, cuya sinceridad estaba por encima de lo habitual a su edad, y me consumía. Me acordaba de la pobre Lucía, en Paséan, de mi arrepentimiento, del error que yo había cometido actuando como actué, y me veía ahora sentado junto a una tierna cordera que habría de ser presa de algún lobo hambriento, que no había sido criada para serlo y cuya educación le había dado sentimientos dignos de ser cultivados por la virtud y el honor. Suspiraba por no estar en condiciones ni de hacer su fortuna apropiándome de ella ilegítimamente, ni de ser su guardián. Comprendía que convirtiéndome en su productor, le habría hecho más mal que bien y que en lugar de ayudarla a hacer fortuna honesta, habría quizá contribuido a su pérdida. La tenía sentada a mi lado hablándole de sentimientos, no de pasión, y besando con demasiada frecuencia su mano y su brazo, y sin acabar de decidirme, ni dar comienzo a lo que hubiera llegado a su fin muy rápidamente y me hubiera comprometido a conservarla. Después no hubiera habido para ella esperanza de hallar fortuna, ni para mí manera de sacármela de encima. Siempre he amado a las mujeres hasta la locura, pero siempre he preferido mi libertad. Cada vez que me encontré en peligro de perderla me salvé por mera casualidad.Tres horas después de media noche me despedí de la señorita Vesian, quien no pudiendo suponer naturalmente que mi retirada fuera efecto de la virtud debe haber creído que era por vergüenza, impotencia o alguna enfermedad secreta, aunque seguramente no por falta de pasión, puesto que mi ardor amoroso se había dejado ver en mis miradas y en la ridícula avidez con que besaba sus manos y sus brazos. Así me tenía que comportar con esta encantadora joven para arrepentirme después.

martes, junio 20, 2006

Como ser Un Gran Escritor. (Según Bukowski).




Tienes que cojerte a muchas mujeres
bellas mujeres,
y escribir unos pocos poemas de amor decentes
y no te preocupes por la edad
y los nuevos talentos.
Sólo toma más cerveza, más y más cerveza.
Anda al hipódromo por lo menos una vez
a la semana
y gana
si es posible.
aprender a ganar es difícil,
cualquier pendejo puede ser un buen perdedor.
y no olvides tu Brahms,
tu Bach y tu
cerveza.
no te exijas.
duerme hasta el mediodía.
evita las tarjetas de crédito
o pagar cualquier cosa en término.
acuérdate de que no hay un pedazo de culo
en este mundo que valga más de 50 dólares
(en 1977).
y si tienes capacidad de amar
ámate a ti mismo primero
pero siempre sé consciente de la posibilidad de
la total derrota
ya sea por buenas o malas razones.
un sabor temprano de la muerte no es necesariamente
una mala cosa.
quédate afuera de las iglesias y los bares y los museos
y como las arañas, sé
paciente,
el tiempo es la cruz de todos.
más
el exilio
la derrota
la traición
toda esa basura.
quédate con la cerveza,
la cerveza es continua sangre.
una amante continua.
agarra una buena máquina de escribir
y mientras los pasos van y vienen
más allá de tu ventana
dale duro a esa cosa,
dale duro.
haz de eso una pelea de peso pesado.
haz como el toro en la primer embestida.
y recuerda a los perros viejos,
que pelearon tan bien:
Hemingway, Celine, Dostoievski, Hamsun.
si crees que no se volvieron locos en habitaciones minúsculas
como te está pasando a ti ahora,
sin mujeres
sin comida
sin esperanza...
entonces no estás listo
toma más cerveza.
hay tiempo.
y si no hay,
está bien
igual.

domingo, marzo 05, 2006

Un Poema

Los muertos no necesitan aspirina o
tristeza supongo. pero quizás necesitan lluvia.
zapatos no pero un lugar donde caminar.
cigarrillos no, nos dicen, pero un lugar donde arder.
O nos dicen: Espacio y un lugar para volar,
da igual. los muertos no me necesitan.
ni los vivos. pero quizás los muertos se necesitan unos a otros.
En realidad, quizás necesitan todo lo que nosotros
necesitamos y necesitamos tanto Si solo supiéramos que es.
probablemente es todo y probablemente todos nosotros
moriremos tratando de conseguirlo o moriremos
porque no lo conseguimos.
Espero que cuando yo este muerto comprendáis que conseguí tanto como pude.

Charles Bukowski.

sábado, marzo 04, 2006

Esegenialjoseg

Hola